Alberto Rojas ELMUNDO.ES
Es un clásico. En cuanto meten a los niños en
el barreño de plástico para pesarlos, rompen a llorar. "Es por la falta de
estabilidad", dijo el doctor. "Como se mueve de un lado a
otro, se sienten inseguros y lloran". Pero Zakia no lloró. Ni
fuerzas tenía.
Su madre había recorrido 18
kilómetros desde su aldea hasta Dankoré para darle una oportunidad de salir
adelante. Otra más. La tercera en su vida. "Nunca he
perdido a un hijo y no lo voy a perder ahora", afirmó Zauliba.
Zakia llegó como un saco de huesos. Su madre
ya no podía alimentarla. No era la única. Cientos de mujeres hacían cola en ese
centro aquella mañana de finales de mayo con sus niños desnutridos por culpa de
la crisis alimentaria que sufre el Sahel. La midieron y la pesaron. El
brazalete colocado para medir el perímetro de su brazo fue concluyente:
"Desnutrición severa", dijo, frío, el enfermero de Save the
Children. Tenía, además, infección estomacal y muy bajos los niveles de
vitaminas y minerales. Y el marasmo, ese mal que les decolora el pelo y les
infla el vientre, era más que evidente. Sus piernas de alambre y esos brazos de
cáñamo completaban su retrato. "Zakia vivirá", dijo el
doctor. Y le entregaron a su madre 15 sobres de crema de cacahuete enriquecida,
500 calorías por ración, para dos semanas. La pasta o la vida. Y ha
sido la vida.
La prueba ha llegado esta semana desde Níger
en forma de foto. La niña ha regresado al centro con su madre para una
revisión. Ya han desaparecido la diarrea y las fiebres. Aún conserva el
pelo anaranjado del marasmo y el estómago un poco hinchada, pero también son
evidentes esos incipientes mofletes y los brazos y las piernas que van
ganando volumen. Zakia ya no tiene, al menos de momento, la amenaza del hambre
sobre su cabeza.
Su historia debería ser la de millón y medio
de niños en peligro de morir por culpa del hambre, un cuento con final feliz.
No será el caso. Las organizaciones humanitarias y los gobiernos de la
zona hacen lo que pueden para auxiliar a gentes azotadas año tras año
por sequías, guerras y especulaciones agrícolas de consecuencias terribles.
Pero no llegan a todos porque llegar a todos
es imposible con los recursos disponibles. Los sobres de comida se
acaban, igual que los fondos. Hacen falta 700 millones de euros más y los
países recortan estas partidas por culpa de la crisis económica. Ese
mismo día, varios niños agonizaban en otro centro de niños desnutridos muy
cercano al anterior. Muere aproximadamente el 5% de los pequeños ingresados en
el centro. El problema, endémico en muchas partes del Sahel, requiere
proyectos de desarrollo a largo plazo y no se solucionará este año
repartiendo sobres de comida, pero al menos se salvarán vidas como la de Zakia,
un ejemplo de resistencia.
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